domingo, febrero 15, 2009

Lope de Vega, La noche de San Juan - Teatro Pavón


Ayer, después de la positiva experiencia del "Manos blancas no ofenden" de Calderón al que fuimos en diciembre, decidimos Nadia y yo volver al mismo teatro, misma compañía, para ver "La noche de San Juan" de Lope de Vega. Como "El sueño de una noche de verano", aprovecha el mágico solsticio de verano para crear perturbaciones, para perpetrar pequeñas transgresiones impunemente, ya que tras que se agote el hechizo todo volverá a la normalidad, no sin que la experiencia haya servido para detener la cotidianidad el tiempo suficiente como para deshacer sus entuertos. Dos hermanos, respectivamente enamorados de la hermana del otro, deciden intercambiarlas sin tener en cuenta que ellas están ya enamoradas de terceros. Durante la algarabía y el desorden de la noche de San Juan, las tercas muchachas aprovechan para escaparse y así poder desposarse con los caballeros en cuestión, para que cuando amanezca sea demasiado tarde para sus hermanos.

Los créditos pueden encontrarse en muchas otras páginas, así que me limito a mis impresiones personales. La puesta en escena me pareció maravillosa. Los elementos en el escenario se habían reducido a mínimos, cada uno de ellos ejemplarmente utilizados con gran ocurrencia y éxito para cumplir diversos menesteres. El mejor de ejemplo de ello es la curiosa plataforma giratoria medio estancia, medio escalera, medio balcón siempre presente en el centro del escenario. Añadiendo, sustrayendo, los espacios se transformaban sin grandes gestos, sin cortes visibles, y en ningún momento hubo objeto que no tuviera un propósito claro en la interpretación de la obra.


Reconozco que puede haber un punto infantil, incluso superficial, en mi preferencia por el vestuario de época cuando se trata de teatro clásico. Enfurruñada cuando el Lisardo/Demetrio/[inserte nombre masculino solo concebible ya en la ficción] de turno aparece en vaqueros, el conjunto texto-interpretación tiene que ser muy persuasivo para que me quede una impresión positiva. Si además me transforman el verso original (esto pasa mucho con Shakespeare) para acercarlo al público, para (horrores) "normalizarlo", me terminan de rematar. La verosimilitud es imprescindible, pero igualmente, nunca puedo olvidar, y quisiera que muchos no olvidaran, que el teatro, al fin y al cabo, no es vida, es arte. Es una creación. Es la vida y no lo es. Es la vida tamizada y aderezada, ornamentada, resaltada, concentrada, todo a la vez. El vestuario, el escenario, la música, etc. nos recuerdan que, aunque parezca natural, nada sobra en el todo indivisible. Ese todo ha sido cuidadosamente pensado con un propósito específico y no lo cumplirá si se deducen elementos del conjunto.

Aún habiendo sido "modernizado", el vestuario de inspiración decimonónica (siglo diecinueve tardío, o temprano veinte) de esta versión funciona excelentemente, y quizás logra acercar el texto y sus sucesos sin robarle la ficcionalidad, o su cronología (esa sensación de que la historia podría pero definitivamente no ocurrió - ni se compuso - ayer). Igualmente, entiendo que el texto ha sido retocado, pero no tanto que perdiera la música extraña y fascinante de un castellano que es y no es, y es más, que el nuestro. La interpretación de esta "música" por los actores hizo que lo teatral pareciera lo natural, sin forzar la realidad sobre lo teatral (difícil de explicar). Debiera exceptuar a Don Luis y a Blanca, que a veces me parecieron excesivos, poco delicados o puntillosos y tan ansiosos en parecer naturales que resultaban ocasionalmente estar fuera de lugar con sus modos tan tremendamente siglo XXI.

La música fue también un ejemplo de simplificación ingeniosa y oportuna, con casuales melodías en un piano muy eficiente (expresivo pero no invasivo), que también hacia las veces, como en el cine mudo, de los efectos de sonido. Disfruto enormemente cuando la música, tenga el papel que tenga en la obra, se toca en directo y no se sirve de lata.

Algunos de mis momentos favoritos. Sin duda, la muerte ficcional de Leonor (y el gracioso intento de suicidio, con divertida exhibición de pololo y lacitos) y las intervenciones de los criados de Leonor y Don Juan (me encanta el personaje de corte "Fígaro", terrenal, astuto pero, a pesar de todo, peculiarmente íntegro, y con un sentido extraordinario de la identidad propia y su valor). Quedó muy completa la historia, con romance, intriga, acción y puñales, largos monólogos, discusiones acaloradas y participación de un pueblo llano ruidoso y festivo que casi parecía proceder de otra dimensión.

Fue una gran ocasión, y no puedo esperar a la próxima. Así se va contenta a trabajar un sábado por la mañana, cuando esto es lo que espera al final de la tarde. Y el plan no terminó ahí, pasen al siguiente mensaje...

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